Hoy
ha sido un día doloroso. No padecido directamente por mí, sino por el dolor que
he tenido que ver a mi alrededor y del que he sido testigo. He tenido que hacer
el entierro de un hombre muy joven, aniquilado por el cáncer y acompañar la angustia de una persona amiga cuya hija de
quince años ha sido sometida a una operación gravísima, debido a un tumor en la
cabeza. El riesgo de lo peor es hasta ahora inmenso.
Por
ambos he orado intensamente: he podido ver que junto al mismo llanto de Dios, (yo
no creo en un Dios impasible: sí, Dios llora cuando nosotros lloramos) está el amor sufriente e intenso de sus
familias porque en medio del dolor
siempre esta él amor.
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