He pasado unos días en las fiestas que Llíria dedica al Arcángel San Miguel, su santo patrón. Es muy estimulante compartir con la gente amiga y conocida la alegría de la fiesta de tu ciudad. Aunque no nacido ahí, considero a Lliria como mi pueblo. Han sido pues unos días de misas solemnes (con el sermón incluido,¡uf!), procesiones, mascletás y conciertos de sus afamadas agrupaciones musicales, comidas, y muchas conversaciones.
Quizá el momento más bonito, y al que acuden multitudinariamente muchos estamos sea la llamada "baixá" de la imagen del Arcángel, desde el tozal dónde está su santuario hasta la iglesia del pueblo. No es una procesión solemne sino más bien una romería. La gente viste informalmente, la banda de música de turno (un año, la Banda Primitiva, otro la Unión Musical) no interpreta marchas religiosas sino pasodobles, y hay una gran alegría en toda la comitiva. Este año, como cada quinquenio, correspondía hacer desfilar la imagen grande del "Príncipe de la Corte Celestial". Su peso lo han notado muy bien los portantes del anda.
Al día siguiente y por la tarde donde los meteoros se calmaron, pese a las amenazas de todo el día, de nuevo la imagen de San Miguel Arcángel desfiló esta vez solemnemente por las calles principales de la ciudad. San Miguel de Llíria es una imagen que llama la atención por su peculiar figura: es la de un joven esbelto con los cabellos de oro y su cuerpo acorazado por una armadura de plata. De sus omoplatos salen unas alas, también de oro, de formas angulosamente siniestras y a sus espalda una larga capa roja bordada. Lleva un escudo en su mano izquierda y en la diestra, una larga lanza con la que parece rematar a un demonio espantoso, negro y siniestro que, en medio de las llamas del fuego eterno, parece la sombra de un cefalópodo.
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