domingo, 27 de marzo de 2011

La condición humana de Jesús de Nazaret


El evangelio de este Domingo III de Cuaresma es muy largo, correspondiente a una de las reflexiones que se podían usar para preparar a los primitivos catecúmenos adultos para recibir el Bautismo. Es una de las páginas más profundas del evangelio de Juan. En él se subraya esa misión espiritual de Jesús, agua que brota del mismo amor de Dios. Él se propone a la Samaritana (como a nosotros ahora) como el Mesías, el Señor. Como aquella pobre mujer de vida desarreglada e insatisfecha, como el ciego de nacimiento que  se curará de su ceguera y encontrará la luz, el próximo domingo, ambos acabarán diciendo: “Yo creo que Tú eres el Mesías , el Hijo de Dios!”

A mí me gusta, por  eso, fijarme en la primera frase de este hermoso evangelio, que señala además eso otro que es fundamental y que todo creyente nunca tiene que perder de vista: la condición verdadera, radical, imprescindible, de Jesús como autentico ser humano: Jesús un hombre, cansado del camino, sediento, que se sienta al lado de un pozo esperando a alguien que le dé de beber, y rompiendo un tabú al entablar una conversación  con una mujer de Samaría. Jesús, ¡un hombre que es Dios!

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