martes, 29 de marzo de 2011

Mis tres diamantes.


Mi amigo Pablo, honra de sacerdotes a quien “el celo de la Casa del Señor le consume” y prez de curas jóvenes marchosos a quien no le teme irse a unos maitines o meterse en un sarao (es todo un apóstol) con tal de anunciar la Buena Noticia de Jesús,  tiene en el pueblo donde él ejerce su ministerio una enorme pajarera donde cría toda suerte de pequeños volátiles.

Yo me he deshecho de dos  inseparables o agapornis que aparte del plumaje muy vistoso –azul “purísima”- eran un latazo. Asustadizos como nadie, no había quien se les acercara ni para contemplarlos. Sucios como pocos y derrochadores de comida que desparramaban por todas partes. Para colmo, la hembra (esto no es machismo) le daba unas palizas a picotazos al macho que yo temía por su vida. Así que se las regalé a mi amigo Pablo para que los metiera en su pajarera y este me obsequió con estos tres pajaritos diminutos, simpáticos y exóticos  -se llaman diamantes- que es la única compañía que tengo en casa. Estos son casi imperceptibles, limpios y llenos de mansedumbre.

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