San Agustín decía que el recuerdo o la memoria es una de las potencias más importantes del conocimiento. Cuando recordamos, oxigenamos el corazón y somos capaces de contemplar nuestra vida, demasiado cargada, desde la atalaya del hoy con mayor ligereza y comprensión, aceptando dónde estamos ahora, recobrando al autoestima que a veces se pierde, recuperándonos de la sensación de fracaso.
Ayer domingo, nos reunimos a comer unos cuantos amigos/as que nos conocemos y queremos desde hace un mogollón de años. Éramos desafiantemente más jóvenes. Gente entrañable de recuerdo siempre imborrable; aún seguimos viéndonos con frecuencia. Formábamos el Movimiento Júnior de San Miguel y San Sebastián que tuvo gran esplendor en la época en que yo, vicario de aquella parroquia, era el consiliario.
En la foto,-mirad la cara de complacencia: salíamos de comer del restaurante en donde además de engullir, nos alimentamos de recuerdos- aparecen incluso los hijos más pequeños de algunos de ellos que en aquel entonces rondaban los doce ó catorce años; los monitores, ocho ó diez años más mayores y un servidor, el cura, cuya edad ahora no es menester confesar.
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