En las calles de mi parroquia y barrio, todas las tardes y noches y también las mañanas de estos días, se oyen las bandas de cornetas y tambores a todas horas. ¡Pum, pum, pum, purrumpum! Algunas suenan bastante bien, pese a la estridencia de sus pobres melodías. Sus instrumentos no pueden dar más de sí y a veces los sonidos se convierten en agudos puñales para los oídos. Sirven prácticamente para marcar el paso de los desfiles y gustan, la mayoría de ellas, de una estética paramilitar.
Dentro del templo, procuro que haya siempre música de fondo. Ayuda a crear ambiente de oración y amortigua algo los ruidos de la calle e incluso disuelve un poco las conversaciones que algunos visitantes y también feligreses, sin distinguir exterior e interior, entablan dentro del Templo.
¿Qué música suelo reproducir como ambientación en el templo? Pues principalmente pongo la imprescindible Pasión según san Mateo de J. S. Bach. El Miserere de Alegri y el Stabat Mater de Pergolessi y el de Palestrina. También, algo de cantos de la Iglesia Ortodoxa. La crucifixión de Steiner y una Pasión según san Juan recién descubierta por mí: la de Arvo Pärt.
La gente espiritual y piadosa me lo agradece.
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