No es fácil tener fe en la resurrección. Acostumbrados
desde pequeños a hablar de ello, confundimos muchas veces una creencia vaga y
sin forma, con la experiencia profunda de fe en el Resucitado.
Mil resistencias, a la hora la verdad, nos impiden a veces despegar hacia
el cielo de la confiada creencia. Vivimos, aun confesando la fe, como si Dios no viviera, porque, a lo
mejor, nos falta caer del caballo, como le pasó a Pablo para hacer de Jesús el
testigo vivo de su vida.
Impedimentos: muchos y todos. En el evangelio
del este domingo se dice que todo lo impedía para creérselo de verdad: el miedo
y el susto, la risa e incluso la alegría.
No es un fantasma, no es una vana ilusión, no es una sublimación, no es una proyección
de nuestros deseos frustrados. “Soy yo
mismo, el mismo que viste y calza, con mis llagas y mi sonrisa. Tocad, ved,
dadme algo de comer.” ¡Aquí estoy, para siempre, siempre, siempre!.
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