Me
lo pensé más de una vez, si, llegado el momento, no bajaba del autobús y no iría
con el grupo a visitar el campo de exterminio de Auschwitz. Hace más de treinta
años, visité Matthausen y fue psicológicamente demoledor para mí. Así que al
finalmente decidí por pasar el trago amargo y desde luego me fue llevadero
estar en ese lugar de ignominia. En algunos momentos se me saltaron las lágrimas,
pero me reconforté con mi oración personal. Además, haber visto tantos
reportajes, documentales y películas sobre tal lugar le quitó el factor de la
sorpresa ingrata.
Lo
mas sorprendente fue el comienzo de la visita. Posados sobre las ramas peladas
de un árbol (allí todavía es invierno) unos negros cuervos parecían esperarnos.
El árbol estaba junto al umbral de entrada del campo de exterminio con la sarcástica
frase: "Arbeit match frei". Nos llegó entonces el guía que nos acompañaría con sus
explicaciones en la visita. ¡Parecía uno de los deportados escapados del pasado
horrible! La cabeza rapada, los ojos saltones del hambre y la miseria padecidas,
una camiseta azul y gastada sobre el cuerpo que cubría con una zamarra ya muy
usada. No llevaba la ropa a rayas, pero parecía una aparición. En un castellano
perfecto nos fue diciendo y mostrando los barracones y todos los horrores que
albergaban. La cámara de gas, los hornos crematorios, las barras donde colgaban
a los presos, las literas donde dormían hacinados, sus las salas donde practicaban experimentos médicos, los almacenes
de pelo, maletas, gafas y objetos confiscados, los botes de gas Ziclon…
Demasiado dolor, insoportable sufrimiento. Un
nudo en la garganta. Los ojos a veces, empañados, se fatigaban de mirar. Me parecía
oír el clamor de los dos millones de seres humanos asesinados. Ante la pared de
ejecución por fusilamiento a mí se me ocurrió pedir al guía que explicaba,
impasible, el horror -(así se gana su pan: ¿Cuántas veces al día tendrá que
decir lo mismo?)-, permiso para rezar: me dijo que sí y lo hicimos con un padrenuestro
y un responso… Nos encomendamos al Padre Maximiliano Kolbe, a Edith Stein,
Dietrich Bonhoeffer, a tantos judíos, católicos, protestantes, ortodoxos,
hombre y mujeres mártires que seguramente en muchos momentos allí mismo sintieron
el terrible el silencio de Dios pero también, y a través de él, el susurro de
su Palabra definitiva. Auschwitz es el Gólgota. Y lo mismo que ocurrió allí,
hubo al tercer día una repuesta de Dios.
Demasiadas
emociones, que ahora, escribiendo esto, vuelvo a revivir…
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