jueves, 19 de abril de 2012

Un idioma endiablado




Una de las peculiaridades de Polonia es su idioma o al menos eso es lo que yo aprecié. Es una lengua eslavo-occidental y se escribe con muchos dígrafos (es decir letras que se juntan para indicar un sonido distinto) y signos diacríticos extras. Uno no se hace cargo de los mil rótulos que como en todas partes llenan las calles. Es uno de los cinco idiomas más difíciles del mundo y la misma  guía (que se llamaba Hanna) no se preocupó de enseñarnos más que unas cuantas palabras. Más: nos dijo que abandonásemos el empeño de aprenderlo; no nos iba a servir para nada (sic).

Polonia tiene tres paisajes diferentes: el del norte, que al ser bañado por el Báltico tiene el encanto de una costa pintoresca y bastante domesticada y que yo no visité. El del centro que es extensísimo con una llanura cruzada de sur a norte por el Vístula y con un paisaje monótono, sin grandes contrastes, salpicado de pequeños pueblos sin características de interés. El sur es por lo contario muy montañoso pues se hace fronterizo con un muro de altas montañas que limitan con Eslovaquia. Zakopane es la ciudad que visitamos. Ciudad de deporte de montaña, con grandes pistas para saltos de esquí y para esquiar.

A mí me gustó mucho la arquitectura de madera con que están realizadas muchas de sus casas y sus adornos exteriores. Una de las cosas que más me sorprendió fue su cementerio: las tumbas tenía como indicativos esculturas y cruces a veces muy naïf talladas en madera. Era verdaderamente precioso y no tenía ese aspecto tan fúnebre de nuestros camposantos.

La última peculiaridad –a mi parecer bien triste- es el miedo al pasado con el que viven los polacos. No tienen miedo al presente ni al futro, sino que parecen vivir cargados con un pasado ominoso. Los alemanes y la barbarie nazi que sembraron muerte y destrucción, los rusos y comunistas que remataron la faena y los sojuzgaron durante decenios y las victimas, judíos y polacos y otro muchos más están omnipresentes en monumentos, lapidas y recordatorio. Da entonces la sensación de vivir en un país lleno de melancolía, incrementado a veces en este viaje por las nieblas, la lluvia y el plomizo cielo que tuvimos algunos días.

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