Cuando algún
poeta se nos muere, sentimos -los que nos gusta la poesía y aunque sea
momentáneamente-, un gran vacío... Yo intento llenarlo leyendo durante varios
días algunos de sus poemas. Es lo que me está ocurriendo ahora con el poeta
Carlos Bousoño que falleció hace dos días.
Aunque por la
edad que tenía (era nonagenario) ya había perdido la memoria, su magisterio
sobre muchos poetas jóvenes españoles fue fundamental y la voz de su poesía marcó
muchas decadas A lo largo del siglo pasado. Los que le conocieron siempre dicen
que, además de un grandísimo poeta, era sobre todo, un hombre muy bueno. Yo le
pude conocer -me firmó un libro suyo- en una conferencia-recital que dio hace
muchos años en Valencia.
Como nadie supo
analizar y estudiar el corazón de la obra poética. Cuentan que sus clases eran
una pura delicia que transparentaban al gran poeta y al hombre bueno que era.
Sus versos son muy espirituales y trascendentes y muchas veces explícitamente
religiosos que abocan a la contemplación. Algunos de los himnos que
los sacerdotes leemos en el libro de la “Liturgia de las Horas” son de él. También, su poesía está
llena de compromiso cívico.
"Algo en mi
sangre espera todavía
Pero no. Inútilmente
yo te llamo.
Aquella voz que
te llamaba es ésta.
Ven hacia mí.
Mis brazos
crecen, huyen
donde los tuyos
la mañana aquella.
Ven hacia mí.
La tierra toda
oscila,
se mueve, cruje.
Vístete. Despierta.
Oh, qué encendida el alma
en su secreto
puro, si vinieras.
Sin esperanza, entre la luz del día,
mi voz te
llama."
©Carlos Bousoño
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