¿Y quiénes son las personas a las que nosotros, la Iglesia, expulsamos, o cuanto menos dejamos al margen, como ciudadanos de segunda clase? Los divorciados y que han optado por volverse a casar, las personas que viven con sus parejas, los homosexuales. Tiene que haber un lugar para ellos en torno a nuestros altares, disfrutando de la hospitalidad de Cristo junto con todos los demás. Con frecuencia, nuestras Iglesias suelen mantener vivo un concepto veterotestamentario de la santidad, separando [tabicando] a nuestras comunidades respecto de aquellas personas consideradas como descarriadas. Esto puede parecer que supone preservar los criterios morales debidos, rechazando el relativismo moral, pero en realidad no es más que una carencia en lo referente a ponerse al día respecto de la nueva santidad que revela Cristo.
(Esta mañana lo he leido en el libro de Timothy Radcliffe "¿Por que ira a la iglesia?" ed. Desclée de Brouwer Bilbao, 2009. pag.179.)
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