Ya han
pasado las fiestas de Navidad. Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo,
Reyes… Litúrgicamente, todavía hay que alargar este carrusel de fiestas pue el
tiempo de Navidad acaba al domingo siguiente de Reyes, con la fiesta del Bautismo
del Señor. ¡Demasiado!
No me van mucho a mí estas fiestas: me producen melancolía y cierto hastío. En el servicio de cura a la Parroquia, los actos de culto se duplican, cargados de rutinaria devoción. Liturgias y liturgias y la sensación al pronunciar las homilías que suele preparar la sensación de repetirme, con lecturas de textos casi iguales…
Y ahora hay
que ponerse a la labor de desmontar todo lo que ha sobrevenido en estas fechas
festivas pasadas: en las calles se retiran las ornamentaciones y luces que hacía
de éstas una feria de iluminación rutilante y en nuestras casas guardamos los
adornos, las guirnaldas, el belén con sus figuritas congeladas en el tiempo,
las coronas orladas de cintas, flores y frutos…
Retornamos a
la vida corriente y cotidiana, con la resaca de unos gastos excesivos -habrá
que ser austeros en este enero- y también con los kilos de más en el cuerpo…
Mañana empiezo la dieta.
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