domingo, 1 de enero de 2012

¡Necesito ver un pino!



¿Os acordáis de aquella escena de la película  Amarcord”, en que Fellini adolescente recordaba a su tío loco subido a un árbol y haciendo requerimientos amorosos cuando gritaba “¡Voglio una dona!”? Pues lo mismo me pasa a mí cuando ando muy estresado o con la sensación claustrofóbica que da no salir de la ciudad: necesito estar en contacto con la naturaleza, con la tierra, con el monte, con los árboles y el cielo azul. Me digo: “¡necesito ver un pino!” Y de vez en cuando, en cuanto me es posible, me voy al campo. Si hay posibilidades, varios días. Si no, aunque sean unas horas, me bastan para matar el gusanillo. Con unos amigos, el pasado 28, hicimos un periplo terrestre, en el que recorrimos un trayecto montuoso y como siempre bellísimo. El monte en invierno, dormido, da una paz increíble. Por mis ojos pasaron viejos olivos, robustos algarrobos, espesa aliagas,  esbeltos pinos, charcas y torrentes helados…

Casi todo el camino, evitando las carreteras principales, por caminos de tierra, haciendo fotos, contemplando el paisaje. Ribarroja, Lliria, Casinos, Alcublas, Begís, Barracas… Rubielos, hasta llegar a Linares de Mora. Allí nos esperaban para comer, en un restaurante que servía manjares suculentos y variadísimos, otros buenos amigos. Después de la sobremesa nos fuimos recorriendo aquellas tierras altas ya casi en el Maestrazgo hasta la ermita de San Bernabé, un austero pero bello santuario bastante abandonado, rodeado de la soledad de la alta montaña. El sol lamía ya despidiéndose los viejos muros y su fuerza debilitada se trocó en intenso frío. Vimos allí atardecer.

El regreso lo hicimos por Puerto Mingalvo, Villahermosa del Rio, Montanejos, Montán y Viver, hasta regresar a Llíria y Ribarroja Mi necesidad de pinos fue bien satisfecha: regresé como nuevo.

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