martes, 6 de marzo de 2012

El síndrome de la montaña


La segunda semana de cuaresma, por las lecturas del domingo, anda bajo el síndrome de la montaña (Monte Moria, Monte Tabor). La montaña, lugar simbólico por excelencia, muchas personas ascendidas a sus cimas, encuentran en ellas plenitud y sentimiento de entusiasmo que llenan su corazón. Por cierto, “entusiasmo” del griego -ἐνθουσιασμός- procede  de en-theos: Dios dentro.  

Así, y no en vano, la montaña ha sido para muchos lugar de encuentro con Dios.  Abraham e Isaac en el monte Moria.  Moisés en el Sinaí, Elías en el monte Carmelo. Jesús en el Tabor…  y luego en el monte Calvario. Tierra y cielo se juntan. Hombre y Dios se encuentran.

¿Por qué si no, ese deseo innato, que nos ha sembrado Dios, de nuestra tendencia a ascender a las montañas? El agua de la fuente que en medio del camino empinado nos refresca. La penumbra aromática de los bosques donde aire, agua, tierra y luz y sombras se entremezclan.  El sol, fuego que calienta e ilumina. El aire puro y cristalino que hincha nuestro pecho. Y la tierra y piedra que nos  dan la firmeza en el esfuerzo de nuestros piernas. ¡Es el deseo humano de Dios, trocado en piedra, aire, fuego y agua!


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