La segunda semana de cuaresma, por las lecturas del domingo, anda bajo el síndrome de la montaña (Monte Moria, Monte Tabor). La montaña, lugar simbólico por excelencia, muchas personas ascendidas a sus cimas, encuentran en ellas plenitud y sentimiento de entusiasmo que llenan su corazón. Por cierto, “entusiasmo” del griego -ἐνθουσιασμός- procede de en-theos: Dios dentro.
Así, y no en vano, la montaña ha sido para muchos lugar de encuentro con Dios. Abraham e Isaac en el monte Moria. Moisés en el Sinaí, Elías en el monte Carmelo. Jesús en el Tabor… y luego en el monte Calvario. Tierra y cielo se juntan. Hombre y Dios se encuentran.
¿Por qué si no, ese deseo innato, que nos ha sembrado Dios, de nuestra tendencia a ascender a las montañas? El agua de la fuente que en medio del camino empinado nos refresca. La penumbra aromática de los bosques donde aire, agua, tierra y luz y sombras se entremezclan. El sol, fuego que calienta e ilumina. El aire puro y cristalino que hincha nuestro pecho. Y la tierra y piedra que nos dan la firmeza en el esfuerzo de nuestros piernas. ¡Es el deseo humano de Dios, trocado en piedra, aire, fuego y agua!
No hay comentarios:
Publicar un comentario