EL BANQUETE DEL MENDIGO
Sentado en el banco del parque,
a la sombra de una jacaranda,
el mendigo se guarecía del estío.
Allí, con lento rito sacó su navaja
que abrió con gran parsimonia
y de la mochila que a su lado estaba
sacó un pan y una lata de sardinas.
Cortó de un tajo una buena rebanada
y después, con cuidado y más esmero
de cortarse los dedos y evitar la mancha,
abrió la afilada y apetitosa conserva.
Las aceitosas sardinas de plata
colocó sobre el pan, con gran mesura;
y con buen hambre y sin tardanza
dio cuenta de su frugal almuerzo.
¡Nunca vi comida más refinada
ni banquete más suculento!
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