martes, 26 de enero de 2016

Ir al cine



La otra tarde de domingo estuve en el cine con un viejo y querido amigo. Si bien mi cita con el séptimo arte es casi siempre semanal este amigo mío decía que hacía más de 15 años que no había ido al cine. Claro que las películas  son de otro modo visionadas por  todo el mundo y casi diariamente, cuando a través de otros cauces: emisiones de televisión, reproducción por DVD, a través de Internet, Pero ver una película en tu casa no es ver un filme en una sala de exhibición, incluso en estos nuevos cine de multisalas con penetrantes olor a grasa de palomitas que han desplazado a aquellos cines de nuestra infancia, algo cutres e incómodos pero familiares, entrañables y llenos hoy de nostalgia. Ir a ellos, a ver un programa doble tenía un ritual, breve y sencillo que lógicamente difiere totalmente de la ceremonia de sentarse en el sofá y plantarse delante del televisor.

Salir de casa hasta el lugar donde está la sala de exhibición que a veces puede estar lejana, ponerse en la cola para sacar el billete de entrada, donde puedes encontrar a otros viejos amigos amantes del cine y con ellos intercambiar opiniones y comentarios sobre las últimas películas vistas o las expectativas que genera la película a ver, buscar el asiento una vez dentro de la sala donde vas a sentarte, elegir tu fila favorita, esperando que la butaca sea cómoda y alta para que no te tape la pantalla el espectador que está delante, y por último, encontrarse con una multitud de personas como tú que expectantes del momento mágico en que se apaguen las luces para comenzar la aventura personal que vas vivir con el seguimiento de la historia que narra la película.

En el cine uno puede encontrar la distracción de los problemas diarios que la vida nos trae, también una gran información sobre situaciones sobre las que  podemos tener curiosidad y que las imágenes cinematográficas pueden saciar. Pero también el cine puede alimentar nuestra fantasía y nuestra imaginación y nuestra ansia de trascendencia. Éste puede entonces, al intentar alimentar mi capacidad de raciocinio, complicar y alterar nuestro estado de conciencia y abrir al compromiso que como ciudadanos hemos de adoptar en nuestra sociedad. Incluso si una película consigue sólo divertirme, me ayuda enormemente a vivir un tiempo relajado.


La película que vimos mi amigo, al que deseo que rompa el maleficio de su lejanía del cine y yo en la tarde mi amigo fue “Steve Jobs” dirigida por Danny Boyle, sobre el personaje del genio de la informática de Apple.  Con su exultante éxito y  triunfal y meteórica  carrera y también con las sombras de su vida familiar provocada por su  ego inmenso y la equivocada opción de no permitir que lo “humano” y las circunstancias familiares interfiera en sus proyectos de trabajo. Sentirá la amargura de la soledad que rodea al genio y del creador. Película irregular aunque brillantemente realizada y con abundancia de diálogos que en algunos momentos son pura verborrea. Salvando las distancias, a  mí me recordó a la película de Orson Welles, “Ciudadano Kane”. Incluso aquí se acude a traumas infantiles para explicar el desdichado rumbo que sigue la vida del protagonista ya adulto.

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