Es muy curioso contrastar los comentarios del pueblo con los
de la prensa oficial sobre la muerte súbita del poderoso banquero José Emilio Botín.
Mientras la gente de la calle se pasa en comentarios despectivos
y en el fondo poco humanos, aunque muy comprensibles cuando muchos intentan sobrevivir
día a día con un agujero en el bolsillo (“¡un hijo de p. menos, a todo cerdo le
llega su San Antón, un “chorizo” menos…!”), los periódicos nacionales lo contemplan
con embelesada admiración como un hombre poderoso creador de un imperio bancario
y que ha hecho muchos méritos como benefactor de nuestra patria: todo son loas
y lisonjas.
Yo solo lo recuerdo como un experto en peloteo a los distintos
gobiernos que conoció y sobre todo el protector y defensor de las decisiones
nefastas de Zapatero sobre la economía que, con aquello de la negación de la crisis y
sus brotes verdes, nos hundió y retrasó la reacción para salvarse de la gran
debacle de la crisis.
Hace dos mese le preguntaron si temía que alguien le
destituyese de su cargo. Botín contestó que no había nadie que pudiera hacerlo.
Bueno, pues, la muerte lo ha hecho. Descanse en paz.
Ese es el problema de los que están cegados por la riqueza, decir que no había "nadie" sin atisbo de dudas, da ocasión a ese Alguien que sí puede de hacerlo. Y de hecho lo hizo. Muchos se salvan por dudar.
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