Ayer domingo, en la
celebración de la Misa, me las veía y deseaba para explicar a un grupo de
chiquillos lo que Jesús quería decir en la lectura del evangelio de la parábola
de la viña y los criados malévolos. Ocurría durante la Misa de la Familia donde
tienen un protagonismo especial los niños. Ellos me ayudan a hacer la homilía con
sus imprevistas intervenciones y respuestas desconcertantes.
Pues bien, tocaba
explicar a los críos lo que era una viña, cosa harto difícil para estos niños
que son “urbanitas”. Seguramente, sí habrán visto algún campo de vides, pero
saber lo que es una cepa, unos sarmientos o qué son los agrazones era para mí
explicarlo ya un poco complicado. Aturrullado como estaba, de pronto un niño
levantando su dedo, me dijo: “¡Es también como un campo de naranjos que tiene
mi abuelo! De las naranjas, además de comerlas, les él saca zumo”.
No se puede
explicar de un modo más directo y eficaz la parábola de la viña convertida en
un campo de naranjos sin las complicaciones que puede tener un evangelio cuya
imagen para los más jóvenes es más incomprensible. Porque el oficio del
sacerdote en la liturgia y en la homilía es ayudar a adaptar muchas veces los
textos antiguos de la Escritura al tiempo de hoy.
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