Todos somos nacidos en Jerusalén. Si no físicamente en ese espacio geográfico, sí espiritualmente, porque de allí procede la semilla de nuestra fe cristiana. Ahora la torpeza, inoportunidad y chulería de un político mundial irresponsable anda peligrosamente removiendo el inestable status de tolerancia y convivencia en el que esa ciudad se andaba manteniendo.
Una ciudad que desde hace muchos siglos parece no conocer la paz, siendo como ella es la depositaria de esa promesa de paz: en ella “están los tribunales de justicia”, allí “la paz y la misericordia se besan”, pero un presidente muy poderoso y paranoico está provocando que la precaria situación de convivencia y tolerancia entre las tres grandes religiones que nacen del Libro Sagrado de la Biblia, se rompa en mil pedazos. Seguro: oscuros intereses estratégicos, políticos y económicos sostienen a ese malhadado presidente.
Jerusalén sitiada, Jerusalén destruida, Jerusalén restaurada, Jerusalén liberada, Jerusalén ocupada, Jerusalén gozada, Jerusalén llorada: un paisaje urbano y humano que remite al divino: la Jerusalén Celestial que los creyentes de las tres grandes religiones monoteístas tienen grabadas en el corazón. Y la Ciudad de la Paz (la paz celeste y la paz terrena) sigue siendo llorada por el profeta Jesús de Nazaret:
“En aquel tiempo, al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos”. (Lucas 19, 41)
“En aquel tiempo, al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos”. (Lucas 19, 41)
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