La señora Carmen Calvo, vicepresidenta de este gobierno que repentinamente nos ha sobrevenido, ha remitido a la Academia de la Lengua un informe que determine si la Constitución está redactada en un lenguaje que refleje por igual la realidad de hombres y mujeres y qué formulas podría modificarlo en caso de que no sea así.
Otra vez la misma matraca, en pro de la defensa de los derechos de la mujer que nadie puede discutir o debe despreciar. Se suceden las situaciones ridículas de utilizar la dos formas verbales de género que están convirtiendo la escritura y el discurso cada vez más en algo farragoso y hasta tonto. En el fondo se ataca algo muy importante del lenguaje y por tanto de la comunicación humana. Los idiomas y las lenguas surgen para entenderse y no para hacer reivindicaciones. Las formas inclusiva de una lengua son una verdadera riqueza por cuanto abrevian en palabras lo que es fundamental de toda relación comunicativa: el fluido entendimiento, la rápida comprensión, el animado diálogo.
El lenguaje inclusivo, un modo lingüístico y directo de llamar a las cosas por su nombre sin crear exclusiones, es un tesoro que no podemos desdeñar. Pérez Reverte, ese escritor algo extremoso y miembro de la Academia ha dicho que dimitiría si ésta renunciara a dicho tipo de lenguaje.
Yo no podré dimitir, pero nunca utilizaré más en lo necesario estas formas tan ridículas, machaconas y reiterativas que aburren hasta las ovejas. ¿Os imagináis a mí celebrando Misa, en la consagración decir "Este es mi Cuerpo… que será entregado por vosotros y vosotras”; o también "Esta es mi sangre… que será derramada por por muchos y por muchas"?
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