Estoy disfrutando de unos día de descanso en un pueblecito de alta montaña cercano al Valle de Pineta. Esta verano parece haber menos gente que otros años. En medio de los paisajes grandiosos de las majestuosos montes, en las laderas y rincones de los valles, diseminados acá y allá, los pequeños pueblos parecen soñar un pasado no retornable, y un futuro incierto. Pueblecitos hasta hace poco despoblados, han vuelto a tener cierta vida vecinal, al menos en verano, con sus casas antes derruidas y abandonadas y ahora restauradas y relucientes. Desde las cimas, se ven sus caseríos que rodean, abrazándolas, a sus pequeñas iglesitas. Éstas suelen estar cerradas y sólo en las poblaciones más "populosas" se abren sus puertas para el culto, para la celebración de la santa Misa.
Para los que "necesitamos" participar en la Eucaristía dominical, a veces satisfacer esa necesidad, se convierte en una gran dificultad, dado que en muchos casos sólo hay un cura para atender a los pueblos de más de un valle.
En las puertas de los sencillos templos, un pequeño cartel da noticia de los horarios de la santa Misa. Si hay suerte, la celebración tiene una hora que no te rompe el programa de excursiones o la marcha del día. Pero los horarios de invierno se suelen repetir en verano, me imagino por la imposibilidad del sacerdote por cuadrar horarios de celebraciones en otros valles.
El domingo he participado en la Eucaristía en un pueblo
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