Me siento muchas veces muy fatigado cuando veo como vivo en medio de tantas convenciones que presenta la vida diaria. Ser correctamente político cuando hablo o cuando escribo, e incluso muchas veces confundido con cierto sentido falso de los buenos modales, procuro mostrar una fachada que no es del todo la auténtica, y disfrazar otras veces ciertas actitudes de un modo hipócrita. Parece como si todo te obliga a estar a la misma altura que los demás.
Pero entonces nos negamos o callamos lo que verdaderamente nos importa, o miramos para otro lado, cuando podemos aparecer como somos: nuestros anhelos y deseos nuestros miedos y también nuestras heridas, algo común a todos. Todos poseemos esperanzas y también la memoria de nuestras equivocaciones. En el fondo del corazón vivimos nuestras nostalgias y nuestras ocasiones de alegría. Compartámoslas: ¡que las sientan, que las vivan también los demás!
No temamos relacionarnos con los demás haciendo presente estas verdades íntimas, sin recelos ni vergüenzas, que al compartirlas con los demás ensancharán nuestro corazón y los otros abrirán los brazos a nuestra manera de ser.
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