Acabo de ver la película “Solaris” que en el año 2002 realizó
Steven Sodebergh. Me quedo admirado por una película que, cuando la vi, pasó
prácticamente desapercibida, no sé si por mi admiración a la primera versión
que se hizo de la novela del mismo título de Estanislaw Lem. Era una película
de Andrei Tarkovsky, uno de mis directores favoritos de siempre.
Descubro en la versión americana matices e intenciones nuevas y
distintas de las del ruso Tarkovsky quiso hacer en la primera versión. En
efecto esta versión del 2002 parece pretender superar a “2001 una odisea del
espacio” buscando trascendencias psicológicas íntimas, donde Kubrick las
buscaba en el espacio exterior.
El final de la película por ejemplo es elocuente y francamente
impresionante: el protagonista está en su apartamento en la cocina y se corta
en un dedo con el cuchillo, se lava la herida que sangra y el agua hace que su
herida cicatrice totalmente. Tiene ya otro cuerpo (que ya no es totalmente físico).
A él se acerca su esposa. Él le pregunta: “¿Estoy
vivo o estoy muerto?” .y ella le dice: “Estamos juntos; y esas preguntas ya aquí
no existen. Todo lo que hemos hecho nos ha sido perdonado”.
Manifiestamente la película alcanza una auténtica lectura
religiosa. Solaris es ese planeta que tiene vida propia, pensamiento propio,
que crea lo que piensa .Solaris es la trascendencia, la otra vida, el lugar
donde nuestros deseos y sueños se realizan.
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