Estoy orgulloso de ser católico. Estoy feliz de pertenecer a la Iglesia católica, una institución que, acumulando tantas veces muchísimos pecados, es capaz de dar claros testimonios de que el Espíritu de Jesucristo está con ella. Lo afirmo a raíz de acabar de ver el momento en que Benedicto XVI se iba del Vaticano.
El hombre más poderoso de la tierra
que renuncia al poder.
El hombre que le ha tocado vivir
ocho años difíciles de la Iglesia, pero que no le ha temblado el pulso al poner
orden.
El hombre que pese al boato de los
ceremoniales de la iglesia en Roma se le veía humilde y tímido.
El hombre que podía haber sido
atrapado en la terrible maquinaria vaticana, no se ha dejado pillar por ella.
El hombre que a pesar de la
decrepitud de la vejez, ha sido un revolucionario y que nos ha demostrado que
muchas tradiciones inamovibles, casi dogmáticas, se pueden cambiar En la
Iglesia.
El hombre que además de enseñarnos
de que hay que evangelizar al mundo, también hay que evangelizar a la propia
Iglesia.
Gracias, Benedicto XVI.
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