¡Castigo de Dios! (a propósito del Evangelio)
¡Castigo de Dios!, es la expresión que nosotros decimos cuando nos
enteramos de la calamidad que cae sobre alguna persona cuya conducta nos parece
censurable. No hay nada más alejado de la realidad del Evangelio, de la
verdadera imagen de Dios que hemos de tener en nuestro corazón. Dios no se
venga de nosotros porque somos "malos" o pérfidos o libertinos. Es
nuestra propia naturaleza -sea física o espiritual- la que se encarga de
castigarnos. En este sentido ni siquiera Dios castiga nuestra maldad ni nos premia las obras buenas. El mérito de
ellas es la misma libertad - don que Él nos da- para hacerlas.
Este es el sentido de las reflexiones que hace Jesús sobre el por qué
del mal en el mundo, Dios no nos castiga porque seamos pecadores o premia
porque seamos virtuosos. Es la misma conciencia humana quien da el premio o el castigo.
Jesús lo tiene claro y desvincula totalmente a Dios del mal en el mundo. Lo que
importa es convertir el corazón para que éste haga aparecer en la tierra los
frutos de la libertad y la historia. Si no, el mal se apoderará de nosotros mutándonos
en vidas sin sentido, como higuera que no da higos.
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