Como cada año un
sentimiento de irritación y hastío acompañado, naturalmente, por la curiosidad
me hace acercarme a las crónicas que dan noticia de los resultados y de los premios que la llamada academia del
cine americano concede todos los años a través de la entrega de las estatuillas
de los Oscar. Con polémica anual ()ahora la ausencia de nominaciones para los actores
negros), se celebra ese fiesta entre fastuosa y hortera que es la adjudicación
de los galardones a las mejores (eso quisieran los americanos) películas del
año.
Con aciertos, y
equivocaciones, con sorpresas y seguridades, al final todos contentos en una
ceremonia dirigida por el cómico de turno, y que allá es muy popular y
conocido, y donde las caras de póquer,
las sonrisas forzadas las lágrimas poco sinceras, las mujeres y los hombres
vestidos como esperpentos y los gritos y saltitos en el escenario se convierten
en un batiburrillo de la Babilonia que es el mundo de Hollywood.
Por allí han pasado
a recoger su estatuilla el pedante e insoportable Alejandro G. Iñárritu, el voluntarioso
y admirado naufrago del Titanic, que cuando era jovencito hizo sus mejores
papeles (véase” A quien Gilbert Grape”?)
y ahora parece ya vivir de rentas y la lograda película sobre el periodismo y
la indignante pederastia eclesiástica
Desde fuera, al
final, uno se queda con la serenidad de algo que es ajeno y extraño muchas
veces al disfrute del buen cine. Y también con la extrañeza de echar en falta
algunas de las muy buenas películas que han sido olvidadas por los muy
provectos críticos y otra gente del cine. Porque este año se han quedado fuera
algunas maravillosas películas que muchos ya hemos visto: Carol, Marte, El
puente de los espías, El hijo de Saul , etc. etc….
No hay comentarios:
Publicar un comentario