Miro la televisión
y veo a unas madres llorosas llevando en brazos a sus hijos asustados por los
fríos caminos de centro Europa. Compro el periódico y veo una fotografía en
portada de un numeroso grupo de hombres jóvenes con el agua hasta la cintura en
el borde de un río caudaloso, intentando salvar una frontera de vallas
espinosas.
¿Es esto Europa?
¿Es aquí donde se pergeñó los altos niveles de cultura y civilización que
florecieron en el siglo XVIII? ¿Dónde aquel espíritu de solidaridad y creencia en
el amor que el revolucionario y pacífico Jesús de Nazaret proclamó y sus
discípulos esparcieron? ¿Cómo es posible que los estados europeos estén
decretando unas leyes de expulsión masiva e inmediata de los refugiados que no
tienen, literalmente hablando, dónde caerse muertos?
¡Inhumana Europa,
inmisericorde Comunidad (de egoísmos) Europea! El acuerdo con Turquía para
expulsar a toda esta pobre gente es verdaderamente abyecto. El viejo continente
que presumía de ser una casa cálida y acogedora frente a la barbarie de los
países "orientales" se está hundiendo en su frente moral y ahogándose
en sus propias ruinas morales.
Ya lo dijo el
Profeta de Nazaret y lo recuerda el papa Francisco: no es sólo cuestión de
misericordia, sino también de justicia. ¿Qué podemos hacer nosotros (y yo),
ciudadanos de a pie ante tamaña tropelía?
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