Veía el otro día una película que me pareció casi una obra maestra (el tiempo lo proclamará): era "El hilo invisible" de Paul Thomas Anderson. Contaba la historia de un modisto que era un verdadero artista diseñando modelos de alta costura. El más sublime arte puesto al servicio de algo tan banal y efímero como puedes ser la moda. Pero cuando ésta se convierte en creación artística, como toda obra que transmite belleza, se transforma en algo permanente y eterno.
Pero en la llamada alta costura también hay muchas tonterías e imbecilidades. Esta semana en el Met de Nueva York se ha realizado un desfile de moda con diseños de vestidos inspirados en la liturgia católica. Un montón de modelos vestían con lujo sus atuendos de monseñores, obispos y papas en las ceremonias solemnísimas de la liturgia. Han realizado un desfile seguramente para"epatar" el papanatismo (nunca mejor dicho) de un público que debe de andar muy distraído de lo que es normal y lejos del sentido común.
Naturalmente, a mí, pese que a veces, como cura, tengo que vestirme de esa guisa, es algo que me ha repugnado. Siguen causándome gran estupor ciertas mitras de ciertos obispos. Siempre he preferido vestir en las ceremonias litúrgicas lo más sencillo.
Tampoco esto es muy original, ya hace muchos años el gran Federico Fellini en su película “Roma” (1972) se inventó con su estilo cómico y surrealista una pasarela de moda eclesiástica: el espectáculo era impagable y mostraba ese aspecto más que decadente que a veces tiene el alto clero romano. Me aburre este estilo de moda, me fatiga casi más ver al público expectante de esas pasarelas donde la superficialidad y la frivolidad acampan a sus anchas. Me entristece ver tanta gente dedicada a ese extravagante negocio que vive de espaldas a la realidad verdadera: ese mundo solidario y justo que tanto nos hace falta y cuyo grito de sus pobres no puede llegar a los corazones endurecidos de la gente que vive en medio del lujo.
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