Mi amigo está llorando a su gato,
que desde ayer yace muerto.
Era blanco como la nieve,
y en sus pupilas gatunas,
siempre misteriosas,
el verde de una pradera en otoño.
¡Cuanta compañía le hizo,
cuanta risa le provocó sus tropelías!
Como buen felino sabía
sacar ventaja de las circunstancias
y vivir majestuoso su independencia.
Recuerda su ronroneo en la caricia
y su rápida zarpa en la molestia
Ahora yace muerto
y su cuerpo parece una bola blanca de pelos.
Mi amigo le llora:
no hay que subestimar el afecto a las mascotas.
Nos hacen más buenos,
nos visten de humanidad,
nos enseñan a convivir con los instintos.
Pues no somos nosotros
quienes elegimos a los gatos:
son ellos quienes nos consienten.
Si existe un dios antiguo,
ahora, junto al hogar divino,
estará dormitando.
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