sábado, 20 de enero de 2024

NO TENGO NI PLATA NI ORO

 


Ayer mismo por la mañana salí a andar con mi paso vacilante, guiado por el andador, para comprar algunas cosas que me hacían falta, pero sobre todo, para ejercitarme en el andar en este tiempo de recuperación que me estoy dando.


Cuando estaba cerca de Correos, una persona de mediana edad, vestido discretamente -no parecía un mendigo-, se me acercó preguntándome si tenía algún objeto de oro o plata para vendérselo.  Antes, pensé cuando se acercaba a mí que era un pedigüeño más. Su requeirimiento me dejó un tanto sorprendido por cuanto este tipo de peticiones no suelen darse en la acera de la calle.


No se no supe qué responderle en aquel momento. Le dije que no llevaba nada de plata ni oro encima. El señor muy amablemente me contestó que no me preocupara. Y me deseó al verme inestable y sostenido por el andador, que me pusiera pronto bueno y añadió: «le voy a tocar el hombro para que tenga suerte y se restablezca pronto». 


A la vez y en ese momento me acordé que llevaba un anillo de plata donde está escrita la oración del Padrenuestro; me lo saqué del dedo anular y se lo regalé. El hombre, muy educado me lo agradeció y yo seguí, tambaleante, mi camino. Al punto, me  acordé del pasaje de los Hechos de los Apóstoles  (Hc 3, 6-8 ) donde Pedro, a un pobre mendigo tullido, que se le acercó para pedirle limosna, le contestó: «no tengo ni oro ni plata, te doy lo único que poseo: la fe en Jesucristo», y al punto, se puso en pie.


Así pues salvando las distancias: ni yo soy Pedro, ni el tullido era el señor aquel que salió a mi encuentro, ni hubo milagros, pero en cierto modo, coincidió en algo muy importante: que hay que mirar a los ojos de aquellos que nos piden algo, aunque no podamos dárselo. Porque la solidaridad es algo muy importante en nuestras vidas. Aunque no seamos muy creyentes.


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