viernes, 29 de noviembre de 2013

Empar Barrón, una víctima cercana





Esta tarde, a las siete, he celebrado como todos los días, la Santa Misa en la parroquia. Pero al principio y  en voz alta, he comunicado a los participantes que la íbamos a ofrecer  por el alma de  Empar Barrón, la muchacha que ayer fue asesinada por su ex pareja. Después, he acudido a la concentración que tenía cita en el mismo espacio del trágico hecho, ocurrido ayer, al lado de la estación de la Renfe de El Cabanyal.

Había mucha gente, sobre todo de Semana Santa (era cofrade del Santo Sepulcro y acompañó muchas veces en procesion al cuerpo muerto de Nuestro Señor: seguro que ahora Él la acompañará hasta el cielo) y los que nos conocíamos, nos saludábamos con una mirada triste, y nos avergonzábamos de contestar que estábamos bien. ¿Cómo decir que nuestra vida va bien, cuando ayer a una muchacha se le arrebató absurdamente?

Alrededor de las llamas titilantes –plegarias de amor y llanto-,  de numerosos velones y  lamparillas y colocados en el lugar donde cayó muerta, la gente se amontonaba. Un silencio lleno de dolor, y de rabia, y de impotencia, nos rodeaba.

Una vez más ocurría lo mismo: alguien destrozaba la vida plena de una mujer, de una familia, de tanta y tanta gente. Una vez más la prepotencia, la sinrazón se hacía realidad en una persona débil. Sea hombre o mujer.

Desde aquí proclamo lo mismo que muchos piden: ni perdón imposible, ni venganza cruel, sino justicia. Unas medidas que prevengan en lo más posible estos casos, y una legislación justa y razonable que disuada y dé castigo ejemplar.

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