Isaías, ese profeta
genial y escritor y poeta maravilloso nos habla en un texto que es
increíblemente avanzado de un Dios que es como una madre. No sé si fue este
texto el que inspiró al papa Lucciani la
expresión de que "Dios es madre" pero, desde luego, es una imagen
audaz de lo que es Dios para los que creen en el Evangelio de Jesús. Pues es
así como el carpintero de Nazaret nos explicó cómo era ese padre-madre que él
tenía y que también nos dio a nosotros.
No es Dios ese ser
supremo convertido en una idea abstracta, cuando no totalmente errónea, que
muchos tienen. Una especie de teoría a la que se acude cuando no hay más
remedio (“Deus ex machina”), o se convierte en una respuesta teórica a las
preguntas de la vida, una idea que está en la mente de muchos, abstracta,
lejana, fría e indiferente al vivir humano. Una idea de la que se prescinde
cuando y no interesa, se deja de lado y al final se abandona, apuntándola en la
lista de las quimeras o cosas que ya no existen. Es el ateísmo práctico o
teórico.
Pero hay otro Dios
que es mucho más cercano y que nos mostró Jesucristo: es como una madre que nos amamanta, que nos
acaricia como a un bebé, que nos sostiene en sus brazos: ése el Dios de Jesucristo,
el Dios del Evangelio tan cercano a nosotros que se transformó en un hombre
herido por la debilidad y ansioso siempre de amar. Es el hombre Jesús de
Nazaret que a todos nos envía como a aquellos setenta y dos discípulos, a
anunciar el Reino de Dios, es decir, a experimentar que él es nuestro Padre,
nosotros somos sus hijos y todos los hombres somos hermanos.
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