La última película
de Steven Spielberg, "Mi amigo el gigante", se parece en el fondo
como gotas de agua a dos películas muy
conocidas del director judío americano: “E.T.,
el extraterrestre” y a su versión de “Peter
Pan”. Basada en un relato de un Roald Dhal (el autor de “Matilda”, “Charlie y la fábrica de chocolate”…),
escrita por Melissa Mattison, la misma guionista de “E.T.”, repite un argumento
que es un arquetipo: la situación de desamparo y soledad de un ser humano que
recibe la visita de alguien extraño y exterior y que le ayuda a entender y comprender
su vida y a comenzar el camino de iniciación que en su adolescencia emprende
todo ser humano.
Leer en
clave religiosa la historia de esta película (como se puede hacer por ejemplo
en “E.T”) es relativamente fácil: esa
creencia religiosa con la que contamos los creyentes: que Dios vela por
nosotros, nos protege y nos guía por el camino de la vida.
La
historia de "Mi amigo el gigante" que cuenta es la de una niña huérfana que
descubre en una noche de insomnio a un gigante que se la lleva hasta el país
donde él habita y que tiene que convivir con un grupo de zaparrastrosos gigantes
malos que lo maltratan. Éstos quieren
zampársela a ella y a todos los niños del mundo por lo que la protagonista
acude nada menos que a la reina de Inglaterra para que les dé un escarmiento.
Steven
Spielberg nos lo cuenta a través de la fantasía, la ilusión y la imaginación en
una película que arranca muy bien, se adormece un poco en su mitad y luego
resurge con una gran comicidad hacia el final. Diversión asegurada Y
espectáculo no sólo infantil sino también para adultos. Id a verla, lo pasaréis
bomba.
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