Ayer, día dos de agosto, se celebró en la parroquia de Nuestra Señora de Los Ángeles de el Cabañal (de la que dejé recientemente el cargo párroco que desempeñé durante 12 años) la fiesta de su titular la Virgen de Los Ángeles, con la solemnidad acostumbrada y que ya es sello de fábrica, gracias a la laboriosidad y empeño de Enrique, el eficaz sacristán y el equipo del que se rodea: cofrades y voluntarios. Acudí pues ayer tarde muy a gusto y participé en la muy bien preparada celebración de la Eucaristía y después en la solemne procesión que se realizó por las calles del antiguo pueblo del Cabañal.
Aunque desde que me cambié de Parroquia,
no he vuelto muchas veces por allí, salvo en ocasiones imprescindibles, ese
pueblo, ahora barrio de Valencia, olvidado y sojuzgado tantas veces por su
Ayuntamiento, marca carácter en los que allí viven o han vivido, como ha
ocurrido conmigo. Así, noté el cariñoso y alegre recuerdo que mucha gente y
muchos vecinos tenían hacia mi persona. La misma alegría y el mismo cariño que
yo siento hacia ellos. Fue muy gratificante y sentí con nostalgia la memoria de
un buen puñado de años de mi vida dedicados a una feligresía, con situaciones a
veces complicadas, difíciles y estresantes pero que al final siempre eran
sumamente gratificantes. Algunas gentes del Cabañal al principio pueden parecer
un poco primarias y difíciles pero detrás de esa primera impresión aparece lo
que en realidad son: gente sencilla, noble, y de un gran corazón.
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