En nuestra vida de
cada día las relaciones con los demás son algo totalmente fundamentales para
sentirnos bien. Son como una red en la que se sostiene todo lo que nosotros
somos o podemos ser. Una urdimbre de caminos que nos conduce a los lugares donde
desarrollamos nuestra personalidad. ¡Qué difícil es muchas veces mantener vivas
y sanas esas relaciones! La traición de un amigo, la ofensa de quien menos te
lo esperas, la injusta calumnia que a veces te sobreviene, los prejuicios con
que algunos te aíslan y humillan, las críticas que pueden hacer a tu alrededor:
tantas situaciones que pueden convertir tu vida de relación, tan necesaria, tan
importante, en un verdadero problema y un difícil atolladero.
Y ante tal
dificultosa situación, muchas veces, nuestra respuesta y reacción aún la
dificulta más. Respondemos con el rencor, con la hostilidad, con el odio. No
olvidar el desacato que hacen a nuestras personas, y negarse en redondo a
perdonar, es la reacción más primaria y también tal vez más natural. A la
piedra que han puesto en nuestro camino de relación, añadimos aún otra más
grande: la de la imposibilidad de la reconciliación, de reconstrucción de la
relación rota, de retorno a la situación anterior. Otras veces nuestra reacción
es otra: nos deprimimos, y nos encerramos en nosotros mismos. Es otra manera de
taponar y obstruir la salida hacia los demás. Todo se convierte en irreparable.
Pero no es esa la
solución. Es necesario volver hacia atrás, reanudar lo que se ha roto aunque no
seamos nosotros quienes hayamos provocado la situación de ruptura. Hay que
perdonar, restablecer la armonía que había antes. El perdón es como esa pala y
ese pico que nos puede ayudar a desbrozar y a quitar las piedras de las ofensas
y las zarzas que nuestra respuesta hostil han colocado en el camino. Un camino
que limpio y expedito nos llevará a la concordia, a la armonía y a la
felicidad. El perdón es el principio de la felicidad.
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