El acto más solemne
de toda la fiesta de la Virgen de Los Ángeles fue, naturalmente, la celebración
de la Misa que adornó con sus cantos la coral de Riba-roja. El templo abarrotado
de fieles, el altar lleno de flores y también de sacerdotes concelebrantes. Mucho
incienso, como es costumbre allí. Lo que más me sorprendió, fue el sermón que
pronunció el fraile franciscano el Padre Sebastián López, de la comunidad de
Santo Espíritu de Gilet. Fue un sermón como los de antes, con vibración,
emoción y también como los recomienda el Papa, breve. A mí me emocionó, y me
llegó al alma como creo que a todos los que lo oímos. Lo importante es que
precisamente la palabra que se pronuncia en los sermones debe tocar el corazón y
después llegar a la mente: o sea transformar el sentimiento religioso en acción
práctica y evangélica en la vida. Por ahí iban las cosas que nos dijo el fraile
predicador.
Hoy día hemos
transformado los antiguos y fulgurantes sermones (que tenían también muchos
fallos y defectos) en unas homilías asépticas, frías, cuando no ininteligibles.
Pronunciadas sin pasión ni entonación, casi en voz baja, como son, y sin ánimo
de señalar, las homilías que últimamente estoy oyendo. Las homilías se han
transformado más que en propuestas y expresión de vida cristiana, en tratados
de teología repetitiva o tautológica, obsesionadas con dar doctrina segura y completa
y sin ningún atisbo de transgresión. Es
verdad que muchas veces la homilía depende del carisma o de las cualidades del predicador,
pero sea brillante éste o no, siempre ha de intentar comunicar con los oyentes.
Después vino la
procesión. Una imagen de la Virgen de Los Ángeles que sobrevivió a los
destrozos de la guerra civil, pequeña pero encantadora, apareció en la plaza,
saliendo del templo parroquial, sobre el carro entronada en la cima de una
montaña de flores. Paseaba por las calles del Cabañal para bendecir las casas
de sus vecinos, que estaban todos en la calle aplaudiéndola cuando ella pasaba.
Con el corazón empapado de emoción, de fiesta y de alegría, acompañamos todos a
la Señora de Los Ángeles hasta el final. Un gran castillo de fuegos
artificiales clausuró la fiesta.
(Por cierto,-esto
es una autocrítica- muchos de los que desfilan en la procesión entablan largas
conversaciones, no adoptan la actitud correcta que es la del silencio. Ayer
ocurrió lo mismo, incluso los curas que íbamos detrás de la imagen charlamos
demasiado. Pido perdón por el mal ejemplo).
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