Ayer mismo, mi
amigo N, volvió a la carga, sobre el tema de los obispos y me trajo, medio
sorprendido, medio escandalizado el texto que reseñé en una anterior entrada de
este blog, donde San pablo aconseja cualidades a la hora de elegir a un obispo.
Le dije a N, mi amigo, quién me extrañaba que estuviera sorprendido, puesto que
este texto alguna vez se lee en la iglesia.
1Tim, 3. “Si alguno anhela obispado, buena
obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprochable, marido de una
sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; que no
sea dado al vino ni amigo de peleas; que no sea codicioso de ganancias
deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que
tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad; pues el que no sabe gobernar
su propia casa (….) También es necesario que tenga buen testimonio de los de
afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo.”
N, mi amigo, me
dijo que le parecía muy fuerte en que San Pablo avisara de no recomendar a los
que tuvieran problemas de fidelidad en el matrimonio (¡¿Un obispo bígamo!?) o
les gustara empinar el codo… Así andaban entonces las cosas - le dije-, y “en
mi casa cuecen habas a calderadas” y
también que hay que apear del romanticismo e idealización de aquella iglesia
primitiva a la que todos aspiramos a retornar.
Recordé entonces
unas palabras del papa Francisco donde el relataba lo que deben ser las
cualidades de un Obispo:
“En la catequesis de hoy, podemos hacernos la pregunta
qué se pide a los obispos, presbíteros y diáconos para que su servicio sea
auténtico y fecundo.
San Pablo, en sus cartas pastorales, además de una fe
firme y una vida espiritual sincera, que son la base de la vida, enumera
algunas cualidades humanas, esenciales para estos ministerios: la acogida, la
sobriedad, la paciencia, la afabilidad, la bondad de corazón… cualidades, que
hacen posible que su testimonio del Evangelio sea alegre y creíble.
El Apóstol recomienda, además, reavivar continuamente
el don que han recibido por la imposición de manos. La conciencia de que todo
es don, todo es gracia, los ayuda a no caer en la tentación de ponerse en el
centro y de confiar sólo en ellos mismos. Uno no es obispo, presbítero o
diácono porque sea más inteligente o tenga más talentos que los demás, sino en
virtud del poder del Espíritu Santo y para el bien del santo Pueblo de
Dios. La actitud de un ministro no puede ser nunca autoritaria, sino
misericordiosa, humilde y comprensiva.”
Nuestra
conversación acabó de lo más plácidamente posible. Yo le pregunté que cuáles
serían para él las cualidades mejores para un Obispo. Y me contestó: “que sea
muy humano, que no se esconda de la gente, que esté al día de las cosas
verdaderas que pasa en la calle y no en la prensa, que este a gusto con nosotros,
los laicos, y también con sus curas y
que sobre todo, sea un creyente cabal en Jesús Lara resucitado, la alegría del
mundo.
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