Todos los años, a mitad de invierno, el Ayuntamiento de Valencia envía a nuestras calles unos operarios que se encargan de retirar las naranjas que los árboles de la calle lucen en todo su esplendor. Cuando están muy maduros, los frutos van cayendo y hacen intransitables las aceras. Zarandean con una máquina los troncos de los árboles que obliga a caer todas las naranjas. Las que se resisten las cogen con largas y grandes ganzúas.
Me da pena porque los árboles son tan altos y frondosos y con sus globos de oro parecen alargar la iluminación de la Navidad. Desde mi ventana yo me despido de ellas y veo la gran cosecha de naranjas amargas recogida, el suelo de la calle de San Jacinto pintada de color naranja. Me imagino que tendrán un buen reciclaje.
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