Salvador Sostres, columnista del
Mundo, bestia negra de la monocolor prensa progresista, publica hoy en su columna
algo muy bonito, que aunque tenga relleno de teología barata, es digno de ser leído
y tenido en cuenta sobre todo por los puristas y sacralizadores de todo.
Hace un mes yo también estuve en
Mongarri, un pueblecito en lo más alto del Alto Arán. En realidad su valle ya
no le pertenece puesto que el río,
cuya orilla parece besar la aldea, transcurre hacia la vertiente del Noguera Pallaresa. Está casi
abandonado, intentan restaurarlo y en pie queda, junto a la iglesita, la casa del cura que ahora es restaurante. El sitio
es uno de los parajes más bellos del Pirineo.
Pero ahí va el artículo:
El santuario
El MUNDO 23/8/ 2012 SALVADOR SOSTRES
DESPUÉS de cruzar el Pla de Beret llegamos al Santuario de Montgarri.
Entramos para guarecernos de la lluvia con mi mujer y mi hija. La vida está
llena de calamidades y hay sufrimiento en todas partes, pero si lo piensas bien
es una maravilla. Este pequeño santuario aranés y mi familia.
Le enseñamos a la niña hacer el signo de la Cruz y ella nos mira con
atención e intenta repetir nuestros gestos. Nos acercamos al altar y al cogerla
en brazos me doy cuenta de que se ha hecho caca. Pienso en qué lugar podría
cambiarla, y decido hacerlo en el altar, que es un gran y desnudo bloque de
piedra granítica.
Una turista tuerce la boca al verme y me acusa de irreverente. Simplemente
le digo: «Dejad que los niños se acerquen a mí».
La esencia de la Iglesia es la familia. Nada es más digno de
reposar en un altar que el amor de un padre por su hija. Dios está conmigo cada
vez que le cambio los pañales, cada vez que la saco a pasear o cuando me
levanto para darle el biberón de madrugada.
Los padres con nuestros hijos somos las criaturas predilectas del Señor y
siempre seremos bienvenidos a su casa humilde y magnífica. Unos pañales sucios
no pueden nunca ofender al Creador en tanto que son la materia orgánica de su
esperanza. Dejad que los niños se acerquen a mi. Dejad que mi Iglesia sea su
casa. Mi hija sonríe en el altar y la luz que entra por los ventanales le da a
la escena un aire misterioso y sagrado.
Nunca me he sentido tan cerca de Dios como jugando con mi niña o abrazándola
cuando sólo quiere estar con su padre. Éste es el verdadero mensaje de Dios y
con este amor derramó la sangre preciosa de su hijo como rescate del mundo. Si
se hubiera personificado en el santuario, Él mismo me habría ayudado con los
pañales. Dios es amor, carne y espíritu. Que la fe reemplace la incapacidad de
los sentidos.
Estoy con mi mujer y con mi hija en el pequeño santuario de Montgarri
esperando que deje de llover. A ella le gusta escuchar el eco de su voz
resonando en el templo. Ahora está con su madre, que la pasea en el cochecito.
La vida es una bendición aunque a veces olvidemos lo que realmente importa. Una
tormenta de verano en un pueblo de montaña. Una iglesia donde guarecerse
de la lluvia. Un hombre es infinito si puede estar con Dios, su mujer
y su hija.