Es verdad que existe el Cielo y
que se puede ya disfrutar de él, ahora y aquí, en la tierra. Es verdad que hay
personas que son buenas por naturaleza y que hacen que su bondad se esparza, como un aroma, hasta nosotros. Es verdad que hay hombres y mujeres que saben llenarse valor en
medio de las más graves penas de la vida. Es verdad que hay personas que confían
tanto en el Señor, que aunque haya tormentas a su alrededor, no tienen miedo,
que saben que en la mano protectora de ese Dios está su cobijo. Es verdad que pueden, con esa paz de corazón,
saber transponerse a las circunstancias más adversas. Es verdad
que la muerte de un ser querido se puede vivir, sí, con lágrimas, pero con una
gran esperanza en el corazón.
Estas reflexiones que están aquí descritas eran las que yo me
hacía esta tarde, durante la celebración del entierro de una persona
relativamente joven (42 años), esposa y madre de dos niños (presentes en el sepelio),
fallecida de cáncer, y que ha dado un
gran testimonio de vida , enfermedad y muerte en los últimos años. La serenidad y la paz que
ella tenía, reconfortaban a todos los que acudían con el corazón angustiado, a
visitarla. Yo soy testigo de este gran don de Dios que ella poseería y que me
mostró a través de los últimos sacramentos que le administré.
A mí me gustaría tener la misma serenidad el día que llegue mi
hora. ¡Querida María Victoria, gracias por tu testimonio, descansa en la paz de Dios, descansa en la paz
de Cristo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario