El sábado pasado
estuve de excursión. Aliviando mi síndrome temporal de ver un pino me marché
con mis amigos a pasearme por la zona de Cortes de Pallás y el valle de
Cofrentes. Impresiona enormemente contemplar desde lo alto de su muela, el
paisaje montañoso, abrupto y siempre bellísimo de una de las grandes zonas de
la provincia de Valencia prácticamente desiertas: en muchos kilómetros cuadrados
hay muy pocas poblaciones: Cortes de Pallás, Jalance, Jarafuel, Cofrentes,
pueblecitos todos pintorescos y encantadores. Recuerdan aquella población morisca
de la que fue expulsada en 1609. En enormes mosaicos en la calle se nos explica
tal triste acontecimiento. Incluso ponen sus nombres en árabe, seguramente con
una incitación a que regresen con su “yihad”. ¡Qué miedo!
Pero hay otra cosa
que asusta en esos valles: la presencia de la central nuclear cuya humareda de
vapor se ve desde muchos lugares y cuyas dos torres de refrigeración amedrentan
al viajero. El pueblo de Cofrentes está maravillosamente restaurado y cuidado,
seguramente para garantizar y dar sensación de seguridad. Hasta las montañas
más cercanas aparecen en armonía de los paisajes tan bellos. Por ahí vimos triscando
un montón de cabras montesas.
Después, subiendo
por la ribera del río Cabriel (uno de los ríos menos contaminados de Europa),
comimos muy bien en Casas del Río, una aldea a casi 30 km de Requena y que
presume de una enorme noria, ingenio construido en el siglo XVIII y que
aprovecha las aguas del río en el paraje encantador de un gran azud. Pero se ve
afeada por la ampliación del edificio de un viejo molino que cuya construcción
se ha quedado a mitad. No sé cómo se ha consentido y se diera permiso para una
obra que además no se acabó.
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