Unos lo ven como una hecatombe, otros como un gran golpe de suerte. ¡Es una oscura tormenta que se cierne sobre nosotros, o es un amanecer o un arco iris que ya pinta el horizonte! ¡Lo peor que podía haber ocurrido, o ya era hora de que esto se acabara!.”¡Se fue el caimán, ha venido la gran esperanza blanca!”
Estas son las situaciones de ánimo o pesimismo y las opiniones que da la gente que me rodea y que viven estos días a raíz del gran cambio político que ha habido en nuestro país. Según se sea conservador o progresista, se considere uno de derechas o de izquierdas, o se tenga un talante optimista y pesimista. No menciono si se es militante de un partido político concreto.
Y yo, ¿dónde estoy? Siempre he sido de un carácter muy moderado y he procurado, cuando hay mucho ruido de cambio, quitarme de en medio porque sumar más preocupaciones y cavilaciones a las situaciones muy incómodas y dificultosas no añade nada nuevo ni positivo al estado anímico de una persona. Pero junto a esa prudencial distancia que me gusta guardar (y que no es cierto miedo a afrontar la realidad) ante las coyunturas especiales, como siempre, he sido una persona llena de esperanza. Lo digo: el ayer ya no es mío, el presente que huye constantemente de no otros no lo es prácticamente. Pero sé muy bien que el futuro, que para mí está también en manos de Dios, es totalmente mío. Optimista por definición, creo que siempre nuestro mañana será mejor.
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