Con la Asamblea Parroquial de fin fue curso, dimos anoche por acabado el proceso de la pastoral parroquial del presente ejercicio 2017-2018. Aunque acudió menos gente de la que debiera (se interpuso un imponderable a esa hora: se celebraba el primer partido del mundial del fútbol, y éste es un dios al que mucha gente adora y al que se rinde, incluso la más piadosa), lo cierto que la reunión, abierta al dialogo y a las proposiciones, transcurrió muy fluida y tranquila, aunque quizá algo caótica por la lluvia de ideas y opiniones que se manifestaron. No se siguió rigurosamente el orden del día lo cual dotó a la asamblea de una espontaneidad y naturalidad manifiesta.
La gran cuestión común de todos los que participaron fue el deseo y intento que se vive de transformar la Parroquia de San Antonio de Padua, que es ahora prácticamente una parroquia de mantenimiento donde se sigue lo establecido oficialmente y se hace “lo de toda la vida” para convertirla en una “parroquia de evangelización”, es decir que convoque y reúna en su seno a gente nueva que haya sido capaz de haber escuchado el anuncio de que Jesus es el Salvador puesto que le puede llenar de sentido sus vidas. Pero eso, ¡cómo se hace? Hubo voces de desaliento, puesto que parece que en el iglesia siempre seamos los mismos. otros hablaban de metodologías e instrumentos de pastoral algo extraños (hacer talleres de manualidades, corte y confección, pintura… etc.) con el fin de hacer prosélitos, de que la gente llene el templo.
Pero no se trata de eso: el fin de las parroquias no es el conseguir el éxito de que se llenen, sino el de formar comunidades más bien pequeñas de encuentro de gente que se haya a la vez encontrado con Jesús. ¿de qué sirven los bancos llenos de personas si estando tan juntos no nos reconocemos como discípulos de Jesus, hermanos de esa gran familia?
Acabóse la asamblea realizando lo que a la vez que estamos soñando: juntos como hermanos en la mesa para cenar.
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