Julio se acaba, pero el calor
intenso (o mejor dicho, la intensa
humedad atmosférica que provoca la cercanía del mar) no remite. ¡Estoy acogotado
por el calor! Aunque me libré de él en mis cortas vacaciones en el Pirineo, - días sin sudar, sin tocarte el cuerpo y
notarlo grasiento- ahora purgo el placer que me di.
Llevo unos días con una
pereza inmensa, abúlico, obsesionado por el calor y los ventiladores. Dentro
del templo da la sensación de que el calor ambiente se triplica, es como estar
dentro del vapor de un puchero: vestido con las ropas litúrgicas, bajo los fuertes
focos del altar, mi frente es una cascada de agua que a veces me empaña las
lentes e irrita los ojos.
Estoy acogotado por el calor, y además, literalmente,
porque yo, por donde más parece que
tengo y funcionan las glándulas sudoríparas es por el occipucio. (O sea,
el cogote).
Mañana es ya agosto: promesa de que pronto comenzará el
enfriamiento y el declive de la canícula: Ensi-soit-il!
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