Invitado por un amigo ayer participé en sus bodas sacerdotales. Celebraba veinticinco años de ser ordenado sacerdote, y a la ceremonia, la solemne Eucaristía, acudieron un montón de sacerdotes. Ni qué decir tiene que, también de amigos y feligreses, la iglesia estaba a rebosar.
La
solemne Misa duró ¡dos horas y media! y estuvo llena de alegría, con el
bullicio de los niños alrededor del altar y las músicas de los "kikos"..
Fue muy emocionante por cuanto el
sacerdote que celebraba las bodas de plata está en estos momentos tratándose de
una muy grave enfermedad. A alla aludió abiertamente, sin tapujos en la larga homilía. Nos dio el
bellísimo testimonio de ver a esta penosa enfermedad como una parte de la
historia personal de su relación con Dios, como una ocasión de unirse
íntimamente a Jesucristo. Sin duda, mi amigo es un hombre de fuerte y admirable
fe. En la consciente aceptación de su enfermedad, el nos reconfortó a todos
también en nuestra fe.
La homilía duró más de una hora,
pero fue muy amena, con risas y lágrimas, hablándonos de lo humano y lo divino.
Parecía casi un discurso de despedida. Yo rezo y espero que no sea así, sino
que el tratamiento del cáncer que sufre sea eficaz y pronto lo tengamos
restablecido entre nosotros.
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