Un amigo
cofrade me preguntó el otro día “qué era
eso del Caballo de Troya”. No sé si la pregunta era inocente, ocultaba algo o
era fruto de su ignorancia. Le conté que el Caballo de Troya fue el artilugio
que se inventaron los griegos para poder penetrar en los muros de la hasta
entonces inexpugnable ciudad de Troya. Un gigantesco caballo de madera en cuyo
interior se albergaron un grupo de soldados. Dejaron el caballo de madera a las
puertas de la ciudad con una tablilla escrita que decía que era un exvoto, un
regalo a los dioses, y simularon retirarse. Los troyanos entusiasmados por la
derrota de los que les asediaban, introdujeron como trofeo de victoria al
caballo dentro de los muros. Por la noche, los soldados ocultos en el vientre
de este, en una escaramuza contra los guardias, abrieron desde dentro las
puertas al ejército griego que penetró y destruyó Troya. Lo cantó el poeta
griego Homero en la “Odisea”, pero aún mejor el latino Virgilio en su Eneida.
(En mis clases de griego y latín nos hicieron traducir esos pasajes).
Desde
entonces, el Caballo de Troya es sinónimo de una mentira, o de una
estrategia engañosa y poco noble.
También en informática, es un tipo de
software malicioso que, disfrazado de un programa legítimo, accede al sistema
del disco duro del usuario para iniciar la destrucción de los programas
instalados y robar contraseñas y operar datos de otra naturaleza.
¡Tristes aquellos que usan esta trampa, embuste y mentira para hacer prevalecer su razón!
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