Ayer fue la fiesta de Santo Tomás, el apóstol incrédulo. Se apareció Jesús a los discípulos y él no estaba en
aquel momento con ellos. No creía por tanto que
Jesús había resucitado. Exige pruebas. Pero al poco tiempo Jesús vuelve a hacerse presente. Tomás está con ellos y de
sus labios florece un auténtico acto de fe: ¡Señor mío y Dios mío!
Ahora sí, Tomás está compartiendo la fe de los otros compañeros. Porque compartirla es muy necesario para tener fe o
para no perderla. Tomás ahora sí que es capaz de reconocer a Jesús porque está dentro de una comunidad -¿la llamamos Iglesia?-, está viviendo su fe con los hermanos. Pues la fe es algo que
debe ser vivido en grupo, nunca en soledad. La fe en Jesús se aísla, se enrarece y
se esfuma si se vive solitariamente, la
fe crece cuando se comparte con otros.
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