Estos días estamos de enhorabuena, porque
estamos celebrando una fiesta muy entrañable: la nuestra, la de los que estamos
aquí, y la de nuestros amigos y familiares, que ya están en la orilla de Dios.
Vivos y difuntos formamos todos un entramado que ante los ojos de Dios ha sido
santificado. No sólo son santos aquellos que están en los altares; todos por el
bautismo, hemos alcanzado la santidad. Así que todos unidos, los de aquí y los
de allá, gozando de la amistad de Dios.
"Vi que bajaba del cielo una ciudad
brillante, la nueva Jerusalén, vestida como una novia que se arregla para su
esposo". Allí están nuestros familiares amados, nuestros amados amigos,
nuestros conocidos. Ni llanto, ni luto, ni dolor, ni miedo, ni terror. Alegría
para siempre. Vistamos con túnicas blancas, y en lacabeza, floridas coronas.
Esta es nuestra auténtica fiesta.
¡Felicidades a todos vosotros, santos, santos
ordinarios de la vida cotidiana!
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