Hoy es el día del
libro. Fiesta gozosa para los que saben que este es un instrumento y medio de
humanización y cultura. En muchos lugares, las librerías y los puestos de las Ferias del libro están repletos de miles de ellos que ofrecen entretenimiento,
diversión, conocimientos, reflexión, aventuras, proyectos, emociones, bienaventuranzas:
todos los deseos y sueños imsposibles del hombre.
Esta mañana, en un paseo matinal por la ciudad, me he encontrado con este, no sé si decir triste,
espectáculo: un montón de libros tiradosy desparramados al pie del contenedor de la
basura. Libros que en su día sus dueños leyeron y que seguramente amaron. Ahí
están, en el suelo. Tal vez su dueño, arrepentido in extremis no los ha metido
dentro del contenedor para su desaparición, sino que espera que algún lector
piadoso se lo lleve y dé abrigo en su casa. Ahora, estos libros de portadas sin brillo, con el pael ajado, han sido condenados al basurero. Otrora
la Inquisición y los nazis los quemaban. No sé
si es mejor tirar un libro a la hoguera o el contenedor de la basura...
Ahora con la
aparición de la era digital, los libros ya no son lo que eran. A mí se me
amontonan en mi casa, pero sigo queriendolos como a los miembros de mi familia. Nunca
los inmolaré en el fuego ni los abandonaré, como a un perrillo que no se quiere, en la basura
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