La Muerte en "El séptimo sello" |
Estoy ahora aquí, en esta Noche de Difuntos, después de la celebración del día de Todos los Santos, recordando algunos momentos y experiencias de mi infancia. Cuando yo era niño esta noche era muy especial, donde se contaban cuentos de miedo. Volaba nuestra fantasía y palpitaban nuestros corazones. Unas horas antes, por la tarde, habíamos visitado el cementerio. Los críos íbamos por un lado, y furtivamente mirábamos algunas lagrimas de los mayores, que iban llorosos por otro. Aquella tarde tenía el sabor de las primeras castañas asadas contenidas en cucuruchos de papel de estraza y miraba con admiración y respeto los altos y rectilíneos cipreses que abrían la puerta del cementerio. Cogíamos sus redondas piñas para ver si tenían forma de calaveras.
Junto al fuego del hogar y después de la cena, alrededor de la mesa camilla -noviembre en aquel entonces era más frío-, se contaban cuentos y leyendas que encogían nuestro corazón de críos. Algunas veces el cuento muy simplón se interrumpía súbitamente para que alguien irrumpiendo por detrás nos diera un gran susto.
Después, ya adolescente, los cuentos dieron paso a aquellas primeras películas de terror que hoy nos parecen más de poesía que de miedo. Al final de mi adolescencia tuve por así decirlo mi gran experiencia con la muerte a través del cine. Tendría dieciséis años cuando vi por primera vez «El séptimo sello» (1957) de Ingmar Bergman. ¡La Muerte jugando ajedrez con el Caballero! Nunca me he atemorizado tanto como ante esa imagen de la muerte que aparecía en la película sueca. Para mí es la imagen más adecuada vista en cine y la visión de dicha película constituyó para mí el inicio de mi gran afición al arte del cine.
Hoy, aquellas veladas de la Noche de Difuntos han sido sustituidas por la programación en los televisores de espantosas películas donde zombies, muertos redivivos, criaturas infernales y otros conglomerados de sanguinolentos efectos de imagen electrónica se arrastran quejumbrosos por debajo de las camas de los adolescentes. L verdad seque no me producen miedo ni pavor, más bien risa.
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